miércoles, 16 de junio de 2010

Hacia el Foro: La evaluación y la educación


La evaluación es un tema recurrente que atraviesa hoy todos los campos de la educación. Los profesores evalúan los aprendizajes de sus alumnos, los psicopedagogos evaluamos a los niños y adolescentes con dificultades para diagnosticarlos, los docentes evalúan su  práctica... La administración educativa, con sus pruebas diagnósticas, barema el nivel de nuestros alumnos y los compara con los de otras comunidades y países.

Si esto fuera poco, en el horizonte de la convergencia europea en educación, aparece el control de calidad educativa, un sistema de control de calidad extrapolado del mundo empresarial al universo educativo. La maldita norma ISO, con su propuesta de mecanismos internos de auto evaluación y de evaluaciones externas llevadas a cabo por agencias evaluadoras, formadas para estos menesteres. De este proceso puedo dar buena cuenta, pues el centro donde trabajo ya ha iniciado este proceso y he pasado dos años de mi vida profesional y casi de la personal intentando sobrevivir a los diferentes procesos, inventarios, no conformidades, valores de conformidad, objetivos de mejora, cuadros de mando y un largo etcétera. Afortunadamente tenemos el sello de calidad y con buena nota, pero esto no es suficiente porque el proceso sigue y ahora hay que intentar mantenerlo.

Hace unos años Anna Aromí, en el 2004, escribía un artículo que llamó “Imperio del número y pulsión de muerte” , en él hablaba de como la ideología de la evaluación se sostiene en la idea de que las disciplinas que trabajan con personas han ser “científicas”, es decir, calculables, previsibles. Habla del “protocolo” como sostenido en una ilusión: “que sirva para cubrirlo todo, que no queden resquicios”. Es cierto, el protocolo se pretende el instrumento perfecto para el control de calidad. El protocolo nos ofrece respuestas accesibles y rápidas, marca el punto de partida y el punto de llegada, es decir, nos pone a todos bajo control. Es lo que ha de permitir que una experiencia se repita de forma idéntica, inmutable.

Pero la educación es incalculable, participa del imprevisto, pone en juego el deseo de cada uno de los implicados. Seguramente preferiríamos que todo fuera estable y repetible para no tener que comenzar cada vez. Pero esto no es lo que nos encontramos porque el deseo no se puede imponer. El deseo se materializa en cada situación, en cada relación concreta, y por eso puede provocar movimientos y cambios. El educador abre posibilidades, da tiempo, construye situaciones, que en definitiva hagan posible la emergencia del sujeto.
De ahí la diferencia entre aprendizaje y educación. El aprendizaje es algo que se adquiere, supone un tiempo acotado y previsible, da lugar a la posibilidad de evaluación. La educación es un efecto subjetivo, particular para cada sujeto, no es cuantificable, no se puede anticipar. El educador no sabrá sobre la apropiación que hará el sujeto, ni en qué tiempos y a pesar de ello debe confiar y apostar en su quehacer.  La educación requiere de aprendizajes pero no son lo mismo. No hay dos alumnos que aprendan del mismo modo. No se trata sólo de democratizar el acceso a la escuela, hay que democratizar también el éxito, gestionando lo mejor posible la inevitable heterogeneidad en las aulas.

El protocolo niega en parte la subjetividad, otorga elementos comunes e indicadores que facilitan la toma de posición, la toma de decisión y, emerge como la posibilidad de dar respuesta única a las situaciones. El protocolo obtura las posibilidades de interrogarse, buscar una orientación, hacer un trabajo….Aparece esta necesidad como recurrente por parte de directivos (que necesitan reglamentar una forma homogénea de intervención) pero también aparece como demanda permanente de los profesionales para resolver múltiples situaciones, causantes de un gran malestar. Sabemos que buscar respuestas pre-establecidas es responder a un discurso que deja fuera al sujeto. El protocolo nos dice que hay que hacer en cada situación, y esto tranquiliza. Pero más tarde este alivio, que es solo inmediato, retorna como malestar por la misma imposibilidad de controlar aquello que inicialmente se manifiesta como controlable.

El protocolo nos lleva a hablar de integración. Pienso que la palabra integración lleva a engaño. La integración de la que hablamos en educación tiene más que ver con “homogeneización”, todo con un orden establecido. La integración va más allá, tiene que ver con la aceptación y el respeto a las particularidades de cada uno, tiene que ver con el lazo social, con la relación que el niño tiene con el mundo. En el contexto escolar hay el ideal de la integración, integrarlos a todos y entre sí. Esta ambición no sólo es imposible sino que en el caso de algunos alumnos podría ser contraproducente.

Las respuestas de la institución escolar llevan la marca de la homogeneización. Esto lo podemos ver claramente en la atención a la diversidad, que recoge déficits de atención, discapacidades, comportamientos indisciplinados, dificultades en el aprendizaje, absentismo y mucho más. Lo que esta inscripción esconde es la manera de concebir al sujeto: con un déficit (neuroquímico, trastorno, perturbación, etc.). Esta forma de concebir la realidad pasa factura en las diferentes medidas de atención a la diversidad que se promueven, se acaba reproduciendo el mismo efecto de segregación que se pretende disolver. Hay un punto de tensión imposible de eliminar entre lo universal de la norma y la particularidad del sujeto. Precisamente por esta razón más allá de los recursos externos homogeneizadores, hemos de apuntar a reintroducir el valor del sujeto irrepetible como principal recurso y motor de cambio.

Hemos de inventar modos para encontrar resquicios de subjetividad en los protocolos y en nuestro quehacer cotidiano, abrir preguntas, interrogantes, enigmas. Estamos convocados para acompañar a un sujeto, un niño, un adolescente, que sólo él puede tener la responsabilidad de sostener su lazo social, no a un sujeto estigmatizado, enfermo, etc. sin responsabilidad.

La pulsión, lo que no funciona, es la evidencia que los humanos seguimos teniendo cosas inabordables por los procedimientos mecánicos, homogeneizadores.

Mª Dolores Camps
Psicopedagoga


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