La puesta en juego de la voz en un lenguaje expresivo resulta tan doloroso para los autistas que muchos prefieren quedar callados. Otros recurren al compromiso de la verborrea, al del lenguaje de signos, o a diversos modos de enunciaciones artificiales. Algunos consiguen dar un frágil soporte a su enunciación por medio de la captación imaginaria de la voz operada gracias al recurso al doble. La adquisición de la palabra para el autista se hace, en primer lugar, por una ecolalia tardía, que imita el comportamiento verbal de un doble, después por un aprendizaje intelectual que memoriza palabras conectadas a imágenes de cosas y frases asociadas a situaciones precisas. La enunciación conserva casi siempre una cierta extrañeza que sugiere algo de su difícil soporte. (p. 239)
Los trabajos sobre la especificidad de la inteligencia de los autistas, que guían la mayor parte de las estrategias educativas que les proponen, se acompañan por regla general de un desconocimiento de su funcionamiento subjetivo. La manera en que es recibido el binomio recompensa-castigo no es para nada cuestionada, la angustia inherente a la enunciación no es tomada en cuenta, la función de contención del goce, propia de los objetos autísticos, y el trabajo de inmutabilidad es ignorado, la manera muy particular en que se construye el sujeto autista no es ni siquiera imaginada. Por estas y otras razones, el tratamiento psicoanalítico del autista y la re-educación de su déficit son incompatibles. (p.257)
Jean–Claude Maleval, L’Autiste et sa voix, París: Seuil, 2009.
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