La cantidad impresionante de trabajos sobre el seguimiento de niños calificados como “autistas” es el reflejo de la complejidad del problema ; atrapados en los debates teóricos sobre la etiología, centro de cuestiones presupuestarias relativas a las políticas de salud, blanco de exigencias educativas y argumento de múltiples demandas de las familias, estos niños se han transformado en condensadores del imperativo capitalista : contar, clasificar y producir un saber planteado como válido para todos. En este contexto, la verdad, reducida a la dimensión del consenso, se queda indiferente frente a la producción de instrumentos que obligan al niño a parodiar a los otros, cediendo sobre su modo particular de ligarse a la vida. Así, las terapias comportamentalistas proponen un anzuelo para colgar, como un señuelo, un semblante de existencia : ésta aparece allí como “adaptada”, o sea en conformidad con los fantasmas subyacentes en los dispositivos de poder. Privado de su singularidad y negado en la legitimidad de su modo de percepción del mundo, el niño autista se transforma entonces naturalmente en un objeto de la salud mental y en un problema para la salud pública. Su sufrimiento deroga a la primera e incita a la segunda a erigirlo en “discapacidad”. Surge así un dominio de buenas intenciones, donde las tentativas de reparación de los “transtornos del desarrollo ” encubren mal la función de subdesarrollado (necesaria al progreso capitalista) que el niño asegura. La alianza entre la pasión de curar y la certeza del Bien común encuentran allí su razón de ser. La plus valía de esta asociación, que se obtiene en términos de adaptación, de integración o de inserción, se traduce frecuentemente en una reducción del sentimiento de la vida. “Afectado” por el autismo, clasificado en función de la especificidad de su “transtorno”, el niño entra en una categoría donde el nombre se borra detrás de las cifras : curiosa operación que transforma su inefable discreción en simple anonimato...
Consintiendo a otra lógica, los psicoanalistas se encuentran con niños que no hablan, que toman poses extrañas, que comen sólo un tipo de alimentos, que no aprenden o que “saben” sin aprender... Gracias a la enseñanza del Dr Lacan, los analistas no solamente tienen “algo que decirles” sino que les ayudan a construir un semblante capaz de facilitarles el acceso al mundo como es: si bien ya está allí y ordenado por los otros, el niño debe hacerlo nacer para alojarse en él. No hay necesidad de voluntad de adaptación, de integración o de inserción: el lugar del niño está asegurado, su sola presencia es la prueba, la del analista da fe. De este modo se verifica, en acto, que el psicoanálisis no dice qué es un hombre, pero que acoge, cada vez, una incomparable y única versión. Es así como la lección del caso obliga a los analistas a demostrar que la cuestión del autismo es, antes que nada, de orden ético.
En esta perspectiva, el grupo Epitomé de la Nueva Red Cereda organizó, en 2008, un ciclo de veladas tituladas “Quiere usted ser insertado? Clínica cotidiana del autismo ”. Nos hemos quedado sorprendidos por la presencia de profesionales de horizontes diversos, formados en otras terapéuticas. Los significantes del Campo Freudiano invitaban entonces a un nuevo lazo social, portador de una esperanza, de una apuesta por otra manera de hacer. Nuestro esfuerzo apuntó a la demostración, tanto en el plano clínico como en el teórico. Para ello invitamos a colegas que trabajan sobre diversos aspectos del autismo: estos colegas compartieron su experiencia generosamente, sin ceder en el rigor conceptual ni disimular los límites de sus prácticas. Sus testimonios, enriquecidos por los cuestionamientos cotidianos acerca de los múltiples riesgos de sus intervenciones, dieron a entender que sólo el consentimiento a la imposible identidad entre los seres hablantes hace que los hombres sean libres de fundar una fraternidad digna de ese nombre. En esas condiciones, a las que debemos velar, el psicoanálisis tendrá siempre algo para decirnos.
Consintiendo a otra lógica, los psicoanalistas se encuentran con niños que no hablan, que toman poses extrañas, que comen sólo un tipo de alimentos, que no aprenden o que “saben” sin aprender... Gracias a la enseñanza del Dr Lacan, los analistas no solamente tienen “algo que decirles” sino que les ayudan a construir un semblante capaz de facilitarles el acceso al mundo como es: si bien ya está allí y ordenado por los otros, el niño debe hacerlo nacer para alojarse en él. No hay necesidad de voluntad de adaptación, de integración o de inserción: el lugar del niño está asegurado, su sola presencia es la prueba, la del analista da fe. De este modo se verifica, en acto, que el psicoanálisis no dice qué es un hombre, pero que acoge, cada vez, una incomparable y única versión. Es así como la lección del caso obliga a los analistas a demostrar que la cuestión del autismo es, antes que nada, de orden ético.
En esta perspectiva, el grupo Epitomé de la Nueva Red Cereda organizó, en 2008, un ciclo de veladas tituladas “Quiere usted ser insertado? Clínica cotidiana del autismo ”. Nos hemos quedado sorprendidos por la presencia de profesionales de horizontes diversos, formados en otras terapéuticas. Los significantes del Campo Freudiano invitaban entonces a un nuevo lazo social, portador de una esperanza, de una apuesta por otra manera de hacer. Nuestro esfuerzo apuntó a la demostración, tanto en el plano clínico como en el teórico. Para ello invitamos a colegas que trabajan sobre diversos aspectos del autismo: estos colegas compartieron su experiencia generosamente, sin ceder en el rigor conceptual ni disimular los límites de sus prácticas. Sus testimonios, enriquecidos por los cuestionamientos cotidianos acerca de los múltiples riesgos de sus intervenciones, dieron a entender que sólo el consentimiento a la imposible identidad entre los seres hablantes hace que los hombres sean libres de fundar una fraternidad digna de ese nombre. En esas condiciones, a las que debemos velar, el psicoanálisis tendrá siempre algo para decirnos.
Delia Steinmann
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